Haití, mágica, misteriosa y encantadora

Para todos aquellos que piensan que un mundo mejor es posible
(El presente texto es un ensayo escrito para las IV Jornadas Internacionales de Humanismo Económico por lo que puede presentar algunas redundancias con el resto del contenido de este blog)


Prólogo

El concepto de Humanismo Económico y aún la existencia de estos términos aunados me eran hasta hace poco tiempo totalmente desconocidos. A punto tal de que esa conjunción de palabras me sonaba tan incongruente como si alguien se me expresara en cuanto a sus creencias que era un católico ateo. Todo ello quizá provenga de mi apatía con respecto a los temas económicos, unido a mi ignorancia y no sin cierta aversión, producto del áurea de inhumanidad que flota en torno a lo que se da en llamar economía de mercado. Pero bueno, bienvenido sea el que haya llegado a mi conocimiento la existencia del Humanismo Económico que bien podría llamarse también Economicismo “humánico”, aunque tan solo sería una cuestión semántica que nos alejaría del principal punto en cuestión, cual es el de situar al ser humano en el centro de toda esta cuestión.
Quizás sea aconsejable una breve recopilación histórica de las actividades que hacen que esté escribiendo para un foro económico cuando manifesté previa y sutilmente y casi a viva voz: “Yo de economía no sé nada”.

Un poco de historia y algo más...

A principios de siglo, más precisamente en 2001, estuve un mes en la Universidad de California, Davis, con una beca docente, lo cual constituyó una experiencia muy interesante.
A fines de 2009 recibo una propuesta muy particular: la de ser “Casco Azul” para las Naciones Unidas en Haití por un período de seis meses. Uno de los razonamientos más fuertes que motivaron la decisión posterior fue que en 2001 había conocido el modus vivendi de uno de los mejores lugares del mundo, en cuanto al nivel de vida económico, y ahora tenía la oportunidad de conocer uno de los peores. El análisis de ambas permitiría formar un criterio filosófico-antropológico basado en el conocimiento “in situ”. Bajo la figura legal de civil contratado por la Fuerza Aérea Argentina y destinado a cubrir, en calidad de farmacéutico, el cargo de jefe de Farmacia del Hospital Militar Argentino sito en Puerto Príncipe, estaba recibiendo algunos cursos en Campo de Mayo a principios de 2010 para una partida prevista para Febrero, cuando ocurrió la más grande tragedia humana en cuanto a cantidad de víctimas como lo fue el terremoto que asoló a Haití el 12 de febrero de ese año 2010.
Las características del suceso implicaron un cambio en los planes haciendo que el 24 de enero estuviera pisando suelo haitiano, con una mezcla de excitación, ansiedad, consternación y con una lógica cuota de temor.
Luego de estar medio año por esas tierras regresé a la Argentina desencantado con la Humanidad pero también transformado en un ser humano diferente, con una actitud ante la vida y una mirada hacia el prójimo que superaban los valores previos a tal experiencia.



Haití es una de las mejores muestras del antihumanismo económico, de la explotación humana o mejor dicho, de la barbarie humana. Haití fue usada, devastada, luego abandonada y hoy casi ignorada. Fue, luego de Estados Unidos, la segunda nación americana que se independizó y la primera nación negra del mundo que ostentaba tal condición fue precisamente Haití.
Para la sociedad de esa época constituyó una insolencia sin límites, algo que nunca le fue perdonado, ni siquiera hasta hoy.


Haití fue un pueblo de esclavos, que aun habiendo logrado su independencia, continuaron y de alguna manera continúan viviendo bajo ese sistema.


Haití, para un sector no menor de la humanidad es un pueblo de negros, con todo lo que ello puede implicar para el racismo subyacente en muchas personas. Pero esa es una condición que el pueblo haitiano exhibe con un orgullo tal que los llevó a poner en su primera constitución de 1805: “Los haitianos serán conocidos de ahora en más por su condición genérica de Negros”.



    “Gente de poco tener y mucho sentir” escuché decir o lo leí por algún lado haciendo referencia al pueblo haitiano. Y tienen además la particularidad de contagiar los sentimientos, especialmente el del amor. Dos aspectos de la experiencia en Haití anegaron mi espíritu de este sentimiento; uno lo constituye la historia de un niño haitiano llamado Kenley, que fue huérfano temporario por once días: su relato no viene al caso; además se puede encontrar en el último escrito del blog citado anteriormente.
    El otro es el mejor regalo plagado de humanidad que haya traído en las alforjas y que también es parte de estas jornadas CIEC 2011: Rolande Celestin y Osvaldo Fernández. Al poco de llegar a Puerto Príncipe uno de los asistentes de la farmacia me contó, en un relato un tanto vago y ligero, que en la ciudad había un orfanato dirigido por alguien de nacionalidad argentina y a quien apodaban el “Gendarme”, en explícita alusión a su actividad laboral previa en la Argentina. Algunos detalles sobre su tarea y su persona hicieron que intentara un contacto que logré rápidamente. La primera impresión que tuve fue que estaba en presencia de una persona muy poco común, y su extravagancia radicaba en un particular sentido de bondad de dimensiones poco habituales.


    El segundo paso consistió en hacer una visita al orfanato.
    Habitualmente, cuando los sentidos recogen algún estímulo importante como ser una música particular, alguna belleza de la naturaleza, algún monumento magnificente, le trasmite algún mensaje a mi cuerpo que me hace poner “la piel de gallina”. Esto es lo que me sucede al recordar mi debut en el orfanato que describo más exhaustivamente en el blog.
    Fue algo impactante en muchos aspectos, la tremenda dosis de afecto que emitían y requerían esos pequeñuelos de tez oscura es muy difícil de describir, el intenso calor ambiental se correlacionaba totalmente con el humano. Y en medio de este escenario se presenta la segunda gran estrella de este documental, Rolande Celestin, una haitiana que proviene de una familia de clase media alta y que dedica su tiempo y ha dedicado una buena parte de sus bienes materiales a la excelsa tarea de brindar alimento, salud, hogar y quizás un futuro a un grupo de niños haitianos, en su orfanato Rose Mine de Diegue.
    Un detalle para nada menor y que puede brindar una idea acabada de la magnitud de las voluntades de estos dos personajes es que el orfanato funciona ¡en su propia casa! Imaginémonos cualquiera de nosotros intentando la crianza de veinte niños en nuestro hogar, las dificultades que deberíamos atravesar ¡en la Argentina! Bueno, ahora hagamos la composición de lugar multipliquemos por 4 o por 5 ese número, ya que son entre 80 y 100 niños los que atienden ellos, y trasladémonos a Haití, como se sabe, uno de los países más pobres del mundo.
    Resulta pues que la tarea que realizan estas personas es casi titánica: muchas veces viven un día a día, que cuentan con algunos apoyos logrados en base a mucho sacrificio, a mucho trabajo, a muchas peticiones, pero con el cruel condicionante de la impredecibilidad o de la continuidad… De la inseguridad de saber si al día siguiente van a poder alimentar a esos niños a quienes ellos consideran sus hijos a punto tal que una buena cantidad llevan el apellido Celestin y otros el de Fernández. Cualquiera que haya recibido algún correo electrónico de Osvaldo habrá podido observar que su despedida habitual es “Saludos desde Haití de la gran familia Fernández”.
    Si he logrado transmitir aunque sea parcialmente la esencia de este encantador testimonio de humanidad, a esta altura del relato y tal como me sucedió a mí, el corazón de varios de los lectores debe estar en un estado que oscila entre la blandura y la flaccidez.
    Ese contacto inicial y los sucesivos tanto en Haití como posteriormente en la Argentina me permitieron darme una idea acabada del talante de estos maravillosos seres humanos, Rolande y Osvaldo, y desde ese momento he ocupado una parte de mi tiempo en conseguir ayuda para ellos, y en persuadir a otras personas a que hagan lo propio.
    El Plan Esperanza curiosa, o no tan curiosamente, lleva el nombre de una de las virtudes teologales, su concreción dada las características que mueven hoy en día al ser humano parecería que es una cuestión de fe (otra virtud) y amén de de las reformas que pueda proponer el Plan Esperanza creo que deberíamos remitirnos inmediatamente a la faltante, la caridad. Aunque preferiría hablar de solidaridad que se define como la consideración del conjunto de aspectos que unen a las personas y la colaboración y ayuda mutua que ese conjunto de relaciones promueve y alienta. Y esto trasunta un concepto que tiene una inherencia totalmente relacionada con el ser humano.


    Cierre


    El Plan Esperanza es una excelente idea que se puede concretar, con una gran cuota de trabajo, en algún futuro que roguemos que sea el más cercano posible. Concomitantemente deberíamos darle rienda suelta inmediatamente a todos aquellas acciones solidarias que estén a nuestro alcance y un lugar donde esta necesidad es casi extrema es el de Rolande y Osvaldo, al que vengo haciendo referencia desde el principio.
    Haití es una paradisíaca isla, que tenía el triste privilegio de ser el más pobre de los hermanos países americanos, con un nivel de pobreza y miseria inimaginables. Luego de ello sufrió la tragedia más grande de la humanidad, en unos pocos segundos tuvo 250.000 muertos, 400.000 heridos de leves a graves, y más de 1.000.000 de personas sin hogar. Posteriormente sufrió el embate de un huracán y desde Noviembre de 2010 hasta la actualidad se halla afectada por una epidemia de cólera.
    Y en medio de tanta desesperanza, emergen algunos que se resisten casi brutalmente a las adversidades del destino, algunos que hacen del concepto de amor al prójimo el motivo fundamental de su existencia, algunos que nos demuestran con su vivo ejemplo que los seres humanos podemos y debemos ser además de animales, superiores. ¡¡Gracias Rolande y Osvaldo por enseñarnos tanto!!