MI-8

En los años ' 73 y ' 74, mientras cursaba mis estudios universitarios en Córdoba, utilizaba, como tantos otros estudiantes de esa época, un colectivo para ir desde el centro a la universidad. Estaba puesto al servicio de los educandos para transportarlos al comedor de esta casa de altos estudios. Era un armatoste, gris, desvencijado y ruidoso y que cumplía fielmente su misión diaria. Aproximadamente por esa época se estaba fabricando en Rusia una máquina voladora llamada “helicóptero” que responde a la nominación MI-8 y que el día 16 de abril de 2010 fue la encargada de transportarme desde Puerto Príncipe hasta Cap Haitien, a los fines de disfrutar de mi licencia mensual correspondiente. Era mi primera experiencia en este tipo de aeronave y me sentía tan ansioso como un niño que sube por primera vez a una calesita.

Este helicóptero está al servicio del personal de la Minustah de la ONU y efectúa diariamente el trayecto Puerto Príncipe – Cap Haitien y viceversa. A las 6 de la mañana estaba en el aeropuerto haciendo el check in y a las 7,30 embarqué en ese bólido de un color blanco maculado por el hollín desprendido de sus gases de escape y con las letras UN pintadas en su fuselaje. El habitáculo de pasajeros tenía unas dimensiones de unos 4 por 2 metros, con bancos en los laterales que daban cabida a unas 16 personas que quedaban sentadas con las ventanillas a sus espaldas. Entre ambas hileras, en la parte central, iba el equipaje sujeto por una malla de contención.

Al color gris perla de su interior lo definiría como gris ruso, pues todo lo proveniente de ese país lo relaciono con ese color. Carteles indicadores escritos en ruso y en inglés, todo chapa y remaches más la sensación, luego del arranque de sus motores, de que se podía desarmar en mil pedazos podían conformar un ambiente sicológicamente hostil para alguien susceptible, pero cuando uno se guía por la lógica de que no pueden estar utilizando un vehículo que no brinde mínimas garantías de seguridad y confía en ello, cualquier temor desaparece, entonces todo se reduce a disfrutar la experiencia.

El habitual cosmopolitismo que impera en este ambiente se veía reflejado en la composición del pasaje: un policía canadiense; un policía yankee; 3 militares nepaleses; algunos civiles sin insignias a la vista; el personaje del vuelo, un yogui indio con una túnica naranja acompañado por un asistente local parecido a Bob Marley; dos militares uruguayos; un brasilero; a mi derecha iba la mulatona, una haitiana de unos 50 años, voluptuosa y además gordota y, por último, dos militares argentinos con su uniforme verde: Gonzalo y yo. Unos quince individuos en total.

El despegue es suave, emocionante como todo el vuelo, me sentía muy feliz con lo que estaba viviendo, uno de mis objetivos al venir a Haití se estaba cumpliendo. Resultaba muy dificultosa la observación por las ventanillas pues estaban a mi espalda, por lo que desabroché mi cinturón y aún así incomodé a mi columna para que mi mente disfrutara del paisaje. El día tenía un lindo sol por lo que se veían claramente muchas montañas de baja altura y valles entre ellas, un par de lagos de buen tamaño, algunos cultivos y las clásicas casas en el medio de la nada que uno ve en otras latitudes y se pregunta cómo hacen para vivir allí. Este tipo de viaje es más disfrutable que el de un avión, pues como el vuelo es a baja altura -estimo que entre 700 y 1000 metros- no hay nubes que impidan la visualización.

El helicóptero realiza una primera parada en una ciudad llamada Hinche y luego una segunda en Fort Liberté haciendo mis delicias pues no solamente disfrutaba del vuelo sino de los aterrizajes y despegues que son la parte más linda de esto.

En Fort Liberté se quedó la mulatona y mientras esperábamos la partida nos acercamos con Gonzalo al yogui, pelo un poco largo, barba mediana, medio petisón y gordito, de sonrisa afable. Nos contó, un poco en inglés y otro poco en español, que era supervisor de jardines de infantes y escuelas primarias y que iba a Cap Haitien a dar charlas sobre filosofía yoga, que conocía Argentina, Brasil y muchos otros países de América. No me quedó muy claro lo de “supervisor”, en el sentido de que no sé para quién trabaja -me olvidé de preguntarle-, pero indudablemente su aspecto físico, su indumentaria, la túnica naranja y su actividad le daban un gran toque de pintoresquismo a esta aventura.

A eso de las 9,30 arribamos a Cap Haitien, la segunda ciudad de Haití, con una población de 120 mil habitantes, sita en la parte norte de la isla en las costas del Mar Atlántico.

El viaje de regreso fue mejor aún porque había un sol casi pleno, algunas ventanillas venían abiertas lo que permitió que tomara centenas de imágenes fotográficas. En ambos viajes se nos proveyó de auriculares para proteger los oídos del ruido de este mastodonte. En el de ida los usé, en el de vuelta los evité totalmente ya que era tolerable y no quería privar a mis sentidos de ningún registro. Terminé exultante esta aventura tras haber vivido dos viajes apasionantes y felicísimo por haber disfrutado cada minuto de ellos.

Mayo de 2010


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