Hércules

Madrugada del domingo 24 de enero, 3 horas, sesión de fotos con máquinas personales, más alguna para la prensa, que luego al vernos en Internet nos enteramos que el fotógrafo era de Telam.

La noche de la partida y el día previo gozamos de un generoso calor, y encima el uniforme incluía la chomba y la chaqueta, o sea una doble tortura térmica.
Partimos desde el aeropuerto de El Palomar en un Hércules
Curiosamente y a contrapelo de los aviones comerciales íbamos en asientos de costado, no de frente, con unas mallas de cintas rojas como respaldo, con el avión cargadísimo. Los pasajeros éramos los 9 del hospital, entre médicos, enfermeros y yo, más 4 o 5 cascos blancos, unos 4 o 5 militares, todos amontonados y muertos de calor.

Era muy difícil dormir, no había forma de encontrar una posición medianamente cómoda.
A la par nuestra se encontraba la carga en bultos inmensos de unos 3 metros de alto bien sujetos, que dejaban un intersticio muy pequeño en el techo y en los costados y por ellos se podía ir, si uno tenía habilidades gatunas, hacia el fondo, donde había una especia de papagayo mecánico que permitía vaciar la vejiga, por lo menos a los hombres.

Si el lector piensa que quien escribe, tras pasar 12 horas de vuelo y 16 en total con las escalas en el ambiente previamente descripto, era preso de fastidio o desazón, está equivocado; porque si bien el las condiciones distaban mucho de lo ideal, la experiencia de un viaje en este particular medio de transporte difícilmente lo pueda volver a repetir.
Tras algo más de 2 horas de vuelo y con las primeras luces del día, aterrizamos en Asunción a reaprovisionarnos, y “sobre que éramos pocos subió la monja”.
Y es así, se incorporó a la nutrida concurrencia una monjita y dos bomberos paraguayos.
Previamente en el aeropuerto había estado charlando con el resto de sus otras colegas que habían ido a despedirla y debo tener cara de fiel profesante, porque siempre caigo simpático entre estas muchachitas.

En algún momento estuvo desocupado el asiento al lado de ella así que aproveché para pedirle que nos sacáramos una foto, pues dije, esta es para mi amiga Adriana, luego seguimos charlando un poco, en un momento sacó una bolsita y me regaló una medallita de la Virgen Milagrosa de no sé donde, le dije que se la iba a regalar a mi amiga y ¡me regaló otra! Me cacho, yo nunca tuve en mis manos el manual de uso de esos utensilios.

Un vuelo de 5 horas nos depositó en Manaos, otrora capital del caucho. El comandante de la aeronave solicitó permiso para que pudiéramos descender y otro permiso para poder ir al baño(…) Por suerte nos fueron otorgados ambos, en especial para las mujeres que venían conteniendo esfínteres. Paramos cerca de una hora y a volar de nuevo.
En Buenos Aires el director de nuestra misión nos había dicho que el comandante era amigo de él, y que si queríamos le pidiéramos permiso para ir a la cabina. Ni lerdo ni perezoso, antes de partir de Manaos, pedí permiso, subí a la cabina, me presenté y solicité que en algún momento me fuera concedida la autorización para conocer la cabina en vuelo. Inmensa fue mi sorpresa cuando el comandante me dijo: “Quédese aquí nomás y vea el despegue”. No lo podía creer, la cabina era pequeña y en total eran 6 personas y conmigo 7.

El avión luego de calentar motores, empieza a carretear y va hasta el comienzo de la pista. Adelante está el asiento del comandante y el del copiloto. Atrás y al medio hay otra persona en otro asiento que no sé qué función cumple. A los costados, sentados prácticamente en unos taburetes hay dos más. Cuando está por despegar, el comandante me dice que me pare y me ponga al lado del que está en el asiento de atrás. ¡Parado! ¡En el despegue! No lo podía creer. Pienso en ello y todavía se me pone la piel de gallina.
¡Qué momento! Perdí parte de la vivencia filmando con la máquina de fotos pero no lo lamento porque voy a tener un hermoso documento para compartir con los amigos, pero de cualquier manera fue un espectáculo ¡MARAVILLOSO!

A los 10 minutos de la partida uno de los que estaban sentado a los costados, se levantó y me ofreció el taburete, así que fui degustando el espectáculo durante unos 15 minutos, no más porque cuando está nublado como sucede regularmente en los viajes en avión de gran altura, solo se ve una sucesión de nubes, que en tu primer viaje resulta un buen espectáculo, pero luego se torna bellamente monótono.

Al cabo de 5 horas de vuelo, aproximadamente a las 17 hora de Haití, 19 de Argentina, en el atardecer –aquí en esta época a las 18 está oscureciendo- del domingo 24 de Enero arribamos al aeropuerto de Puerto Príncipe. Y aquí estaba, cansado y con el cuerpo demandando higiene, pero sonriente y feliz.
Si bien la comparación es exagerada, como Colón yo estaba descubriendo La Hispaniola, tal el nombre asignado a esta isla luego del 12 de Octubre de 1492.

Febrero de 2010






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