Citadella

Citadella, el Castillo de Cap Haitien, La Citadelle o La Ciudadela Laferrière, son distintas maneras de nombrar a una gran fortaleza localizada al norte de Haití, a unos 30 kilómetros al sur de la ciudad de Cap Haitien. Es la fortaleza más grande del hemisferio occidental y la más grande de toda América, está declarada Parque Nacional Histórico de Haití y en 1982 fue designada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Es uno de los destinos más populares para los turistas que visitan la isla, pero se me ocurre que sólo unos pocos aventureros eligen a Haití como destino turístico, y menos aún pueden apreciar y disfrutar esta magnificencia de la arquitectura, por lo que resulta casi ignota para el mundo, a punto tal que la búsqueda en la mayor base de información popular del mundo que es Internet arroja sobre este tema un resultado muy pobre.

Fue construida por el emperador Henri Christophe entre 1805 y 1820 a unos 1000 metros de altura sobre el nivel del mar, con el doble objetivo de protegerse de una probable invasión de Francia para reinstaurar la esclavitud, y como muestra de la grandeza de la naciente nación. Albergaba un regimiento de quince mil soldados. En esta construcción trabajaron veinte mil obreros y la historia dice que murieron la mitad. La mezcla para unir sus piedras contenía elementos como cal, melaza y sangre de vacas y chivos que eran sacrificados derramando su sangre en las paredes en construcción, supuestamente para que los espíritus y dioses de la religión vudú le diesen poder y protección a la estructura.

La edificación cuenta con habitaciones reales, cuartos para sus oficiales, salones de reuniones, y una sala de billar, con calefacción. Había también espacios para la manufactura de pólvora, para almacenar municiones, hospital, calabozos y bóvedas. Sus paredes, de entre 6 y 9 metros de espesor, se levantan hasta más de 40 metros hasta el cielo.

Alejo Carpentier, un escritor cubano, escribió una novela titulada El reino de este mundo (*), ambientada en la época de la construcción de la Citadella, la describe así:

“En aquella mole de ladrillos tostados, levantada más arriba de las nubes con tales proporciones que las perspectivas desafiaban los hábitos de la mirada, se ahondaban túneles corredores, caminos secretos y chimeneas en sombras espesas.”

La excursión para ir a conocer este monumento partió desde el Batallón Carreras del ejército chileno sito en Cap Haitien. Íbamos con Gonzalo, el traumatólogo, y tres militares chilenos con los que empatizamos rápidamente y que estaban, como nosotros, de licencia en Cap Haitien. Debo reconocer que mi expectativa previa era muy pobre. Esperaba encontrar unas ruinas, unos pocos ladrillos amontonados y algo de cierta construcción vapuleada por el tiempo. Los treinta kilómetros que mediaban entre el batallón y el castillo los hicimos en un camión del ejército, por supuesto que en la parte posterior, sobre unos asientos de madera. La incomodidad hubiera sido poco comentable sino hubiera sido porque más de la mitad de esta distancia se hacía a través de una carretera que parecía haber sido asfaltada en la misma época de la construcción del castillo y nunca, pero nunca más, mantenida, era un continuo de pozos. Se dice que los vehículos actuales, cuando tienen una buena suspensión, ”copian” las irregularidades del camino. En este caso el camión era analfabeto en materia de copiado, absorbía todas las anomalías del terreno transformando la experiencia en un dudoso placer para nuestra estructura física.

Salvando este particular detalle de transporte, transcurría un día sábado después del mediodía, mucha gente a la vera del camino, muchas casas, parece que era día de lavado de ropa pues se la veía en la mayoría de las casas tendida en alambres o puestas a secar sobre arbustos o sobre los techos. La pobreza estructural de este país se hacía nuevamente evidente con cada kilómetro recorrido. En algún momento de nuestro periplo, parecía que habíamos llegado al castillo pues, además de desearlo vivamente, tenía ante mis ojos una estructura arquitectónica muy bella, sí en ruinas, pero que denotaba que había sido en un tiempo suntuosa y bastante imponente, después supe que se trataba del Palacio Real de Sans Souci, sede del gobierno de Henri Christophe.

Lamentablemente, entonces, esto no era el castillo anhelado por lo que la tortura de la travesía se prolongó. Los últimos kilómetros eran por un camino más benigno hasta que al fin llegamos a la base desde donde había que continuar el recorrido a pie. Este recorrido era de aproximadamente un kilómetro pero con una subida de 200 metros. O sea, que si subiéramos un edificio de 200 metros con escalones de 15 centímetros ello implicaría ascender por unos 1333 escalones, empresa ardua; pero aquí no había escalones sino pendientes bastante abruptas, por lo que se requería un buen estado físico y muchas ganas. También está la posibilidad de alquilar un burro o un caballo, oferta que fue desestimada por todos los integrantes del grupo porque el desafío era interesante.

A poco de caminar, y desde distintos puntos de los meandros del camino, se empieza a divisar el castillo y la magnificencia es cada vez mayor. Con la escusa de tomar fotografías y para obtener un resuello vamos haciendo algunas etapas en este denodado ascenso hasta que llegamos a la construcción propiamente dicha. Vamos acompañados por jóvenes locales que hacen de guías y van contando, en un español aprendido a fuerza de necesidad, la historia del castillo.

No es fácil describir algo grandioso, de hecho mi expectativa inicial estaba totalmente destruida, y estaba hasta quizás abrumado por lo que estaba viendo. El ala con que nos topamos en primer lugar es una inmensa pared de más de 40 metros de alto en forma de cuña con apenas una ventanuca en el tercio superior. La recorrida, que duró algo más de dos horas, era un arrebato para los sentidos, difícil de creer que algo así pudiera existir en este país pobre por antonomasia pero que demuestra, como dice la historia, un época de progreso y prosperidad, con un poderío económico lo suficientemente grande como para financiar a Simón Bolívar en los comienzos de su campaña libertadora. Cabe recordar que Haití fue el primer país de Latinoamérica y el primer país negro del mundo en independizarse, en 1804.

Los vericuetos del interior del castillo son múltiples, a cada recodo una sorpresa. Estimo que debo haber visto un centenar y medio de cañones de cuatro metros de largo y unos cuarenta centímetros de diámetro -varios de ellos montados en cureñas de madera apuntando a quién sabe quién- y miles de balas, algunas delicadamente apiladas en forma de pirámides que en algún tiempo estuvieron esperando a un enemigo potencial. Pararse en la terraza del castillo causa una sensación de vértigo marcada, no solamente porque la distancia al piso hace que las figuras de este parezcan sumamente pequeñas, sino porque, como toda fortaleza, está emplazada en un pináculo que permite avizorar desde lejos la presencia de enemigos, uno allí situado tiene una visión panorámica del entorno natural del lugar.

Fuimos los últimos en abandonar el castillo precisamente porque el cuidador ya nos estaba mirando con ojos poco amistosos. El descenso no fue precisamente fácil, pues es tan empinado que la fuerza que hay que hacer con las piernas es importante. A mitad de la bajada había un grupo interpretando una música con un ritmo monótono pero atractivo, los instrumentos eran unas cañas de unos 5 centímetros de diámetro por un metro de largo y acompañaban el viento con un palito que percutían sobre la caña.

Durante el no menos penoso viaje de vuelta paramos a tomar unas fotos en el palacio Sans Souci, pero no nos demoramos demasiado porque ya oscurecía.

Una vez concretado el regreso a nuestra morada temporaria, los glúteos, la cintura, la columna vertebral toda, los gemelos y los cuádriceps emitían lastimosos quejidos al cerebro, pero éste hacía caso omiso a estos reclamos pues los sentidos lo habían embotado con tantas escenas maravillosas.

(*) En esta página se puede descargar el libro completo: http://www.elortiba.org/bagayos2.html

Junio de 2010






3 comentarios:

  1. muy bonita experiencia, tienen que visitarlo.

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  2. Tenia la idea de visitar este lugar..pero gracias a este blog me animado mucho masss confio en que sera una experiencia inolvidable..

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  3. yo tube la experiencia de suvirlo en el 2011 a pie una hora cuarenta y cinco minutos para suvirlo me canse pero fue algo espectacular se lo recomiendo

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